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La explotación e industrialización de ese recurso genera oportunidades para países como la Argentina. Alemania sufre por su economía y enfrenta una encrucijada. Según fuentes diplomáticas de la UE, es inminente la declaración de un embargo petrolero.

Si algo le demostró la guerra en Ucrania a la Unión Europea (UE) es que el sueño de una Rusia aliada, con la que puede hacer negocios que implican inversiones multimillonarias y compromisos a largo plazo es justamente eso: un sueño. Así, el bloque ensaya una precipitada desconexión de su dependencia hidrocarburífera, en petróleo tal vez esta semana, mientras que los más duros -que son los menos comprometidos- buscan empujar también en el caso más sensible del gas. El conflicto bélico, así, adquiere un cariz económico delicado, echa raíces duraderas y comienza a delinear una nueva era para el mercado energético, que dará oportunidades a países hasta ahora periféricos como la Argentina.

En efecto, Rusia puso de manifiesto con la invasión que no renuncia a su vocación de jugar en las grandes ligas de la política internacional, disputando esferas de influencia con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Europa del Este como si la Guerra Fría nunca hubiese terminado. ¿Lo habrá hecho, en verdad? No lo parece ni tampoco la necesidad de hablar de una segunda versión de la misma si es que la primera mantiene plena vigencia. En esa clave, la caída del comunismo no eliminó en realidad una competencia geopolítica que tiene que ver, más que con ideologías, con la autopercepción de un país como potencia global, ya sea con los zares, con el PC, con Vladímir Putin y con quien, alguna vez, suceda a este.

Caso testigo

El país que más crudamente sufre esas comprobaciones es Alemania, el más dependiente de los combustibles rusos entre los de economía más desarrollada. De acuerdo con datos de 2020 de Eurostat (Oficina Europea de Estadística, dependiente de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la UE), es el séptimo país más expuesto: detrás de Letonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia, Bulgaria y Finlandia, aparece Alemania con más de un 65% de sus importaciones de gas provenientes de Rusia.

La guerra liquidó el gasoducto Nord Stream II, tendido a través de más de 1.200 kilómetros en el mar Báltico con una inversión de 12.000 millones de dólares y que habría permitido duplicar los despachos a Alemania. Forzado a dejar caer la autorización para que el ducto –ya terminado– comenzara a funcionar, el canciller socialdemócrata Olaf Scholz precipitó la quiebra de la empresa operadora, lo que dio lugar en marzo a una definición tan letal como satisfecha de Victoria Nuland, la subsecretaria de Asuntos Políticos del Departamento de Estado norteamericano: “El Nord Stream ya está muerto; es un pedazo de metal en el fondo del mar”.

En tanto la más dependiente de las grandes economías europeas, los pasos de Alemania son anticipos del futuro cercano, especialmente en la materia más blanda, la petrolera. Si en la previa del conflicto las importaciones desde Rusia ya habían bajado a un 55% del total, desde que este se desató se derrumbaron al 12%, celebró ayer el ministro de Economía y del Clima Robert Habeck. “Realizamos un gran esfuerzo para reducir las compras de energías fósiles a Rusia”, dijo. El objetivo, añadió, es llevar a cero para fin de año las importaciones de petróleo y carbón.

Panorama

En la asignatura dura, el gas, Berlín incrementó los pedidos a Noruega y los Países Bajos, además de aumentar los de aumentar, desde otros orígenes, los de gas natural licuado (GNL); en esto último radica el cambio profundo en ciernes para el mercado y las oportunidades para jugadores nuevos, ricos en recursos, como es el caso de la Argentina con los yacimientos no convencionales de Vaca Muerta. Las adquisiciones a Rusia deberían finalizar hacia 2024.

El precio que paga por la reconversión no es bajo. El PBI alemán -eje de la actividad europea- creció apenas 0,2% en el primer trimestre, lo que coloca una eventual recesión a la vuelta de la esquina. Mientras, la suba de los costos energéticos mantuvo en abril la inflación interanual en 7,4%, nivel sin procedentes desde la reunificación en 1990.

Pese a todo, pronto habrá novedades fuertes. Con las tropas del Kremlin atacando a fondo en el este y el sur de Ucrania -con el propósito ya confesado por miembros de su alto mando de rebanar un cuarto menguante profundo en ese país y llevar los confines occidentales de la Gran Rusia hasta la región separatista moldava de Transnistria-, Europa acelera los tiempos de su desconexión.

Objetivo

El alto representante de Relaciones Exteriores de la UE (canciller), Josep Borrell, dijo ayer que “es absolutamente imprescindible un nuevo paquete de sanciones, que se está preparando”. Este, agregó, “inevitablemente tiene que tapar las brechas que todavía no han sido cerradas en los anteriores paquetes”. En medio de peleas y con Estados Unidos y los países del Este de Europa -los que sufren más por el temor a un imperialismo ruso que conocen bien que por la dependencia energética-, el petróleo sería el nuevo objetivo. Los abanderados de esa dureza son Polonia y Bulgaria, primeros países a los que Gazprom les cerró la canilla por negarse a pagar el rublos… o simplemente a pagar, dado que la modalidad anterior deja bloqueados los euros que no tienen cómo llegar a un Banco Central de Rusia que tiene la mitad de sus activos congelados por las sanciones occidentales.

Mientras los despachos de gas ruso a la UE se desplomaron un 27% entre enero y abril con respecto al primer cuatrimestre del año pasado, las empresas y países que caminan sobre el hilo más delgado presionan para que la Comisión Europea bendiga algún atajo que permita pagar en rublos -y mantener el suministro- sin renunciar a las sanciones.

La UE avanzaría esta semana contra el crudo ruso, pero se encuentra fatalmente dividida en torno a qué hacer con el gas. El rechazo a ceder y pagar ese insumo en rublos es una prueba de fuego, una que los casos de Polonia y Bulgaria ponen claramente en escena. Si esos países recibían hasta ahora el 50% y el 75%, respectivamente, de su consumo desde Rusia, por ahora -solo por ahora- eluden un racionamiento económica y socialmente grave debido a las triangulaciones que otros países europeos facilitan a través de la red común.

La duda es cruel: ¿qué pasaría si el grifo se cerrara para los países que todavía cuentan con reservas que compartir?

 

Fuente:  Ambito