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Las causas de la crisis son múltiples: la alta demanda de energía, los esfuerzos de China por dejar el carbón, las históricas restricciones de infraestructura, los inviernos más fríos, y hay más.

La combinación simultánea de diversos factores anticipa la instalación de otra crisis energética mundial en los próximos meses. Y como suele ocurrir con las crisis globales, las proporciones del golpe y sus efectos por ahora son desconocidos.

Las causas de la crisis son múltiples: la alta demanda de energía a nivel internacional para superar la pandemia, los esfuerzos de China por dejar el carbón, las históricas restricciones de infraestructura para incrementar la producción de hidrocarburos, los inviernos más fríos en el hemisferio norte, la ausencia de viento en Europa, los huracanes en el Caribe, las sequías en América Latina, la falta de desarrollo de las fuentes renovables en el mundo y el (insuficiente) compromiso por cumplir con las metas de descarbonización del Acuerdo de París.

Las consecuencias son conocidas: parálisis de las economías por una perlesía de las actividades productivas, una escalada de los precios de las materias primas básicas, el encarecimiento del gas natural, el GNL y el barril del petróleo, un aumento de las tarifas eléctricas en los países (desarrollados y tercermundistas), cierre de fábricas e industrias, apagones masivos, transportes y alimentos más caros.

Desde 1950 el consumo mundial de energía se multiplicó por cinco, el PBI por siete, la población por dos y las emisiones por cuatro. En la actualidad, el 85% de la matriz energética primaria del mundo todavía está formada por hidrocarburos y carbón. Hoy la temperatura mundial promedio es 1,2°C por encima de la época preindustrial. Según el Grupo del Clima de la ONU ese calentamiento es causado por la actividad humana. El objetivo del Acuerdo de París de 2015 es que esta mayor temperatura no llegue a 2°C, y que idealmente ni siquiera a 1,5°C. Para alcanzar ese objetivo, en 2050 el mundo debe alcanzar las emisiones “Cero Neto”.

China es consciente de las consecuencias de no cuidar el medio ambiente y, en esa línea, estableció duros planes para alcanzar “Net Zero” en 2060, disminuyendo drásticamente el consumo de carbón. Pero esa meta choca con la necesidad de recuperar los tiempos perdidos por el covid-19. “China necesita más energía para seguir creciendo y, al mismo tiempo, necesita reducir su dependencia del petróleo y el gas de Oriente Medio, Rusia, África y Estados Unidos. Tiene capital, tecnología y es el mayor fabricante del mundo. Tiene minerales y sabe cómo hacerlo”, remarcó el último reporte mensual de Ecolatina.

Sin embargo, la subida de los precios del carbón, el aumento de la demanda de electricidad y la estricta aplicación de las normas medioambientales para reducir las emisiones de carbono generaron una profunda crisis energética en el gigante asiático. Desde hace semanas 20 de las 31 provincias del sureste chino, conocido como el corazón industrial y económico del país, aplicaron medidas de racionamiento energético, con cortes del suministro eléctrico a miles de fábricas y hogares. La respuesta se ve en la disparada de los precios mundiales del acero y el aluminio, los costos internos de los fabricantes chinos de cerámica, vidrio y cemento.

El panorama en Europa también es crítico. Se registraron nuevos récords en uso de combustibles para calefacción y generación de energía. Y para peor, no hay stock suficiente para alimentar la recuperación pospandemia y, al mismo tiempo, recargar las existencias agotadas antes de los meses fríos. Apelan a una ayuda de exportadores como Rusia, que aceleran los pasos para mantener los envíos de gas natural, pero se estima que la crisis empeorará cuando las temperaturas bajen aún más.

En este marco, no fue extraño que los precios europeos del gas subieran casi 500% el año pasado y se estén negociando hoy a nuevos precios récord. El gas holandés alcanzó los 100 euros el megavatio-hora días atrás, su nivel más alto histórico. Eso equivale a u$s190 por barril de petróleo, más del doble del valor de la energía en un barril de Brent. El crudo del Mar del Norte tuvo su récord de u$s147,50 en julio de 2008.

“Si el invierno es realmente frío, mi preocupación es que no tendremos suficiente gas para el uso para el calentamiento en partes de Europa”, dijo Amos Hochstein, asesor del Departamento de Estado de EE.UU. para la seguridad energética. “No solo será un valor recesivo, sino que afectará la capacidad de proporcionar gas para calefacción. Toca la vida de todos”, agregó.

En el Reino Unido los precios récord de la energía provocaron cierres de plantas de fertilizantes y las plantas de acero. A la vez, millones de hogares en Inglaterra, Gales y Escocia recibieron un aumento del 12% en sus facturas de luz, el máximo incremento permitido. Los británicos, como otros países europeos, también fueron víctimas de uno de los veranos menos ventosos desde 1961, por lo que la energía eólica fue escasa.

En Asia los importadores de GNL pagan precios récord para esta época. El escenario está listo para una lucha total entre Asia, Europa, Medio Oriente y Sudamérica por los envíos de GNL de exportadores como Qatar, Trinidad y Tobago y los EE.UU. “Tenemos una gran demanda de todos nuestros clientes y desafortunadamente, no podemos atender a todos”, advirtió Saad Al-Kaabi, ministro de energía de Qatar. En Japón y Corea del Sur, que están protegidos en gran medida por estos contratos a largo plazo indexados al petróleo, ya prevén incrementos de la electricidad por primera vez en casi ocho años. Las economías que no pueden pagar el combustible, como Pakistán o Bangladesh, podrían simplemente paralizarse.

En EEUU los inventarios de gas están por debajo de su promedio estacional de cinco años. Sin embargo, los perforadores de no convencionales estadounidenses son reacios a impulsar la producción porque creen que perjudica su rentabilidad y desanima a los inversores. La poderosa Industrial Energy Consumers of America ya solicitó que el Departamento de Energía reduzca las exportaciones americanas hasta que los niveles de almacenamiento vuelvan a la normalidad, una medida que podría exacerbar la escasez en el resto del planeta.

En Brasil, los caudales más bajos de la cuenca del río Paraná en casi un siglo redujeron fuertemente la producción de energía hidroeléctrica y obligaron a las empresas de servicios públicos a impulsar las importaciones de gas a un máximo histórico en julio. Las facturas a los usuarios también están aumentando.

En este marco, el Brent cotizó a u$s80,75, su nivel más alto desde octubre de 2018. El WTI no se quedó atrás: la semana pasada alcanzó un máximo u$s76,67, su mayor nivel desde principios de julio. Morgan Stanley predijo un mercado insuficientemente abastecido en 2022, con precios de u$s85. Barclays también elevó su pronóstico para el crudo Brent en 2022, 9 dólares arriba. “El aumento gradual del bombeo de la OPEP+ no cerraría la brecha de suministro de petróleo al menos hasta el primer trimestre de 2022, ya que es probable que la recuperación de la demanda continúe superándolo, debido en parte a la capacidad limitada de algunos productores del grupo para elevar su producción”, estimó Barclays.

En un contexto en el que el petróleo está cerca de máximos de tres años, la OPEP+ considera la posibilidad de ir más allá de su actual acuerdo de julio pasado que aumenta la producción en 400.000 barriles diarios (bpd), para recuperar los 5,8 millones de bpd de recortes por la pandemia. Esta semana habrá novedades. Se espera que el aumento sea de 800.000 bpd en octubre, una decisión que contrasta con la necesidad de reducir la huella de carbono y frenar el calentamiento global. El mundo enfrenta un nuevo desafío, otro más luego del coronavirus, ¿será capaz de superarlo?

Fuente: Ambito