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La petrolera le colgó cartel de venta a su torre de Puerto Madero. Estigmatizada por el “lujo asiático” de sus oficinas, la obra, iniciada en 2005, fue estratégica para las ambiciones del grupo español en la región

El 11 de noviembre de 2005, pese al inclemente calor de un soleado y sofocante mediodía, al que la galería con toldo blanco improvisado apenas lograba atenuar, el español Enrique Locutura, director general de Repsol YPF para la Argentina, Brasil y Bolivia, ascendió por una especie de loma, en dirección opuesta a las tres losas ya construidas a su espalda.

Traje oscuro y corbata de rigor, el ejecutivo –un cincuentón de estatura baja, lentes pequeños y bigote gris tupido pero recortado con prolijidad– llevaba un casco blanco, de obra. Transpiraba. “La Argentina”, dijo, antes de develar la placa de bronce, “es y seguirá siendo”, continuó, “un país vital para nuestros negocios”, proclamó.

Los aires eran buenos para Repsol en la Argentina. Ese mismo día, su filial local había anunciado un crecimiento del 2,4%, a $ 3997 millones (u$s 1300 millones al cambio de entonces), en sus ganancias de nueve meses. El grupo español ejecutaba un plan estratégico de u$s 6500 millones hasta 2009.

Para ese año, además, estaba prevista su mudanza definitiva de la empresa al edificio de Puerto Madero, cuyas obras Locutura formalmente inauguraba: una torre de 36 niveles -33 pisos y tres subsuelos-, en la zona más exclusiva de la capital, diseñada por el laureado César Pelli, y cuya construcción insumiría u$s 134 millones. Ciento sesenta metros de altura y 75.000 metros cuadrados (m2) de superficie que, prometió el ibérico, serían “uno de los íconos emblemáticos de esta ciudad”.

Tan simbólica sería su inauguración, que se programó para el segundo semestre de 2008, apenas, un par de meses después del corte de cintas de la moderna torre corporativa que Repsol construía en la ex Ciudad Deportiva del Real Madrid.

Los españoles querían unificar en la torre, con capacidad para 2000 puestos de trabajo, al personal que tenía repartido entre su sede histórica, de Diagonal Norte y Esmeralda, y un edificio a la vuelta, en Tucumán al 700. Sería, también, una forma de huir del Microcentro, punto neurálgico de manifestaciones que, a diario, había en la Ciudad y para las que la antigua petrolera estatal, ahora en manos del capital foráneo, era un más que tentador, y habitual, blanco.

Era, también, todo un símbolo. Enterrar el pasado, la historia del coloso art decó que fue sede del orgullo petrolero nacional desde 1938, e ingresar en una nueva era, de modernidad, en la que YPF ya era, desde la compra de su acción de oro, en 1999, uno de la cabeza regional de una empresa energética con ambición global.

La mudanza a Puerto Madero comenzó en marzo de 2009. Con presencias imprevistas: la familia Eskenazi, flamante accionista minoritario pero con la responsabilidad del management de la empresa gracias a su expertise en mercados regulados, tal cual justificó ese ingreso Antonio Brufau, CEO de Repsol.

Ironías del destino: el vehículo inversor de los Eskenazi fue Petersen, el grupo de empresas que la familia ensambló en las dos décadas previas. En 1936, YPF adjudicó la construcción del edificio de Diagonal Norte a Petersen, Thiele & Cruz. A esa constructora, ingresó en 1981 Don Enrique, el patriarca del clan. Tras adquirirla, terminó convirtiéndola en la piedra fundamental de su holding de bancos provinciales e intereses varios.

La muerte de Néstor Kirchner, el 27 de octubre de 2010, se llevó al garante de esa paz. Los tambores de guerra empezaron a sonar, cada vez más fuerte, a fines de 2011. En ese ajedrez de lealtades, se impuso la Reina y cayó la torre. El 16 de abril de 2012, pasadas las 3 de la tarde, sus generales, Julio De Vido y Axel Kicillof, se apersonaron en Puerto Madero para culminar la conquista del bastión.

El venéreo y joven escudero económico bramó, a los cuatro vientos, contra el “lujo asiático” que encontró en el piso 32, reservado a la corte española que ya había sido expulsada. En el desalojo, también rodaron las cabezas de Sebastián Eskenazi, príncipe reinante del aliado local, y sus colaboradores más cercanos, merecedores del noveno círculo para la furia presidencial. La venganza fue terrible

En ese momento, la Torre, pasó a ser una bandera. La materialización, en acero, cristal y concreto, del “Vamos por todo”. “CFK e YPF son nuestras; son argentinas”, ilustraba el afiche, con un juego gráfico entre el histórico logo de la empresa y las iniciales de la Dama. El monumento a la reconquista de la soberanía energética nacional. Tuvo, incluso, un nuevo guardián. Retornado desde Londres, para servir a la Patria, porque el relato no podía prescindir de épica sanmartiniana.

Miguel Galuccio, también, tenía una deuda personal pendiente con la empresa en la que se forjó. Y las horas, días, meses, empeñados en la cumbre para saldarla, le valieron un apodo entre sus lugartenientes: “El hombre de la Torre”.

Uno de ellos hoy ejerce la gerencia general. Y quien, además, también supo servir a Repsol, con cargos importantes en Madrid y otros estratégicos rincones del mundo petrolero. En su obsesión por ajustar costos, y reducir la agobiante deuda, el mendocino Sergio Affronti le colgó cartel de venta a la Torre. La tasó en u$s 400 millones, o u$s 5300/m2, ligeramente por debajo de los u$s 5810 promedio que cotizan los inmuebles en Puerto Madero.

“Se ha puesto en marcha la posibilidad de ejecutar la operación ni bien se alcance una oferta con el valor esperado”, explican en la empresa. “En rigor, la decisión se enmarca en la estrategia de la petrolera de concentrar sus recursos en el core del negocio: la producción de energía y financiar, con esa venta, parte del plan de trabajo”, agregan. Vinculan la decisión a otras similares, identificables con la transformación que impulsó la pandemia de coronavirus en relación al trabajo remoto y a lo oneroso de mantener estructuras de importantes dimensiones.

En noviembre, YPF le había vendido a AySA su edificio de Tucumán al 700 y proyectaba también hacerlo con el de Diagonal Norte, deshabitado desde que Accenture se mudó, hace un par de años, al Distrito Tecnológico de Parque Patricios. Meses atrás, Affronti había anunciado la descentralización de oficinas, con la mudanza de sus vicepresidencias de Upstream (exploración y producción) a la Patagonia, cerca de los campos e operación.

YPF, todavía, no tendría interesados o potencial comprador. Tampoco, decisión sobre qué hará: si le alquilará pisos al nuevo dueño o buscará un nuevo lugar. Por lo pronto, ya dio el primer paso. “La decisión, también, apunta a engrosar la política de austeridad y gestión eficiente que la empresa adoptó en esta etapa”, sugieren las mismas fuentes. No será el único mensaje. Significará, además, el cierre de una historia: con el abandono de “La Torre”, YPF también habrá derrumbado el último estandarte del reinado de Repsol.

 

 

 

 

Fuente: El cronista