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Nuestro país tiene problemas mucho más estructurales y severos que los que tenía el resto del mundo hasta hace algunos meses atrás.

Seguramente que no desde siempre, pero si al menos durante los últimos 80 años nuestra Argentina ha estado enferma, empezando su crónica con un pequeño resfrío allá por mitad del siglo XX y que hemos agravado con el paso de los años hasta lograr que hoy el país se encuentre en terapia intensiva y con un respirador artificial que poco tiene para ofrecernos. Poco importa en este instante analizar nuevamente el camino recorrido hasta este momento, donde Argentina pasó de ser un país próspero a lo que es hoy, uno lleno de miserias y desencuentros, sin educación, sin crecimiento y sin futuro.
Lo importante es recordar cuál era la crítica situación de la República Argentina hasta no hace mucho tiempo, apenas días antes de la existencia de la pandemia del coronavirus (COVID-19). La importancia en ello es entender que nuestro país tiene problemas mucho más estructurales y severos que los que tenía el resto del mundo hasta hace algunos meses atrás.El entendernos mejores, no solo significa tener menos contagiados, menos muertos o más responsabilidad a la hora de la prevención, la higiene o el aislamiento que el resto de la humanidad (en caso de que eso termine siendo así), sino que lo más relevante viene el día después: como el mundo logra salir de la destrucción de riqueza de estos tiempos y como lo hacemos nosotros, que convivimos en un país que va a tercer año de caída del PBI y que en términos per cápita, no crecemos desde hace una década.

La pandemia del coronavirus ha sorprendido al mundo en su punto de actividad más alto y a Argentina en el fondo de un pozo profundo, sin siquiera los elementos para poder salir con cierta pericia y celeridad. El coronavirus pasará, y los problemas de Argentina seguirán subsistiendo, agravados profundamente por los coletazos que deje por estas latitudes el virus en danza.

Los desafíos de la economía argentina para después del coronavirus

Hasta hace apenas un par de meses y previo a la masividad del problema sanitario que atravesamos, Argentina tenía un 60% de inflación interanual, restricciones a la compra de moneda extranjera, atraso del tipo de cambio oficial, un déficit fiscal monstruoso, 35% de pobreza, default de nuestra deuda, un gasto público descontrolado y una presión impositiva record en el mundo.

Además el 40% de la economía en el país es en negro y la industria del juicio laboral y la casta sindical hacían imposible no solo que lleguen inversiones del exterior, sino también que algún dólar de los u$s320.000 millones que tienen los argentinos debajo de los colchones o en cuentas en el exterior vean la luz por estas tierras.

Y nada de esto cambiará, o en tal caso se agravará. Los pronósticos que comparan el futuro de hoy con lo que dejó aquella masacre económica de finales del 2001, indican que (de igualar lo que deje este año 2020 a que nos dejaron aquellos años al comienzo de siglo), la caída del PBI rondaría el 10%, la pobreza más del 55% y la inflación… bueno, aquel año 2002 vio nacer un nuevo ciclo inflacionario en la Argentina que aún hoy, 18 años después, no logramos resolver.

El panorama es desolador. Luego que pase el coronavirus, perderemos algunos meses culpando de todos nuestros males a la pandemia que pasó y a los empresarios especuladores que se aprovecharon de la desgracia humanitaria, jactándonos que el Estado estuvo y estará siempre presente. Y solo cuando eso pase (y esperemos que así sea), el país deberá enfrentar inexorablemente una de las reformas más grandes de su historia, una reforma que nos lleve nuevamente al camino de la normalidad que el mundo supo conseguir, con sus defectos y virtudes hace ya mucho tiempo. De no hacerlo, tal vez lo vivido en crisis anteriores sea solamente una síntesis de lo que puede venir.

Argentina está enferma, siempre lo estuvo. Debemos curarla y entender que un enfermo no puede vivir eternamente utilizando medicación que no corresponde con su sintomatología.

Fuente. Ambito