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Hasta hace poco la autocracia venezolana había ignorado y vaciado a ese poder, pero hay intereses ligados con la industria del petróleo y su alianza con Moscú que lo tornan imprescindible. Detalles de un plan en marcha.

Como anticipó Clarín en el Panorama Internacional de este pasado fin de semana, era inevitable que la puja por el control del Parlamento en Caracas acabara con regresar la tragedia venezolana a la atención mundial. Pero lo más importante de ese adelanto era el detalle sobre las razones por las cuales el Legislativo vuelve a ser de primera importancia para la autocracia chavista y el rol de Rusia en este entramado.

Juan Guaidó, el titular del Congreso y reconocido como presidente interino por medio centenar de países, fue impedido de ser reelecto este último domingo en su cargo y se colocó en su lugar a un títere del régimen que funge de disidente, Luis Parra. Guaidó Juró luego en el diario El Nacional y ayer regresó al recinto. Pero esos son gestos de fuerte valor simbólico que  no contendrán lo que sigue, el adelantamiento de las elecciones legislativas y la instauración de una conducción vertical al comando de Nicolás Maduro.

Este capítulo es el colofón de meses de una campaña de hostigamiento contra la oposición legislativa que lanzó la nomenclatura para correr a Guaidó del control del Congreso que el chavismo perdió en diciembre de 2015. Hay un giro en ese comportamiento. Hasta hace poco, y desde aquella derrota, la nomenclatura había buscado demoler al Parlamento, ignorando al cuerpo, quitándole su presupuesto e incluso con el intento fallido de que la Corte Suprema, que le es adicta, “haga” de legislativo o usando la Asamblea Constituyente, dominada por el oficialismo, como un emulo parlamentario.

Los aliados rusos, principalmente, convencieron a Maduro de que deje esas maniobras bananeras y comprenda que debe regresar al Congreso y a la legalidad institucional que emite ese foro. La Asamblea Nacional es la única institución de Venezuela que la comunidad internacional considera legítima y del mismo modo lo son sus resoluciones.

Para Moscú el foco principal en Venezuela es el negocio petrolero, gasífero y minero con el que pretende mutar y mejorar el formato del régimen. Pero, para eso, se requiere que estos cambios sean votados en la Cámara con la estatura de leyes. De modo que esta batalla no se resume a una disputa política sino a un duelo más complejo de intereses y perspectivas que desbordan las fronteras venezolanas. El apoyo de EE.UU. a Guaidó, renovado en medio del actual conflicto, liga con bloquear esa expansión de la agenda comercial rusa.

En setiembre pasado, Maduro viajó a Moscú. Esa gira no tuvo el propósito de buscar ayuda inmediata por el agravamiento de la crisis económica y social como se informó en su momento, o renegociar la deuda de casi 3,5 mil millones de dólares que el país caribeño mantiene con el Kremlin. De lo que se habló en esa cita fue de petróleo y de “los errores” cometidos con las nacionalizaciones que llevó adelante el líder bolivariano Hugo Chávez en 2009.

Es lo que el viceministro ruso de Finanzas Sergey Storchak llama de modo apenas ambiguo “distorsiones administrativas”. Este funcionario, entre sus responsabilidades, tiene a cargo la orientación de un equipo de 12 especialistas rusos que están abocados a Venezuela con un programa económico y político que pretenden aplicar este año si se logra el control legislativo. Afirman que el modelo que estudian preservará al régimen y revivirá la economía a través de un fuerte sesgo aperturista que el líder bolivariano, seguramente, explicará en su momento como un gran salto revolucionario.

El último día de diciembre, en declaraciones a la agencia Bloomberg, Storchak reiteró que su equipo tiene ya alistadas una “serie de sugerencias para erradicar las distorsiones sucedidas durante la nacionalización” del petróleo. El comentario implica, de modo más sencillo, revisar lo que acabó siendo la raíz del colapso de la industria del crudo venezolano, el principal producto de la canasta exportadora del país caribeño.

Con el petróleo en manos estatales Venezuela desplomó su producción desde tres millones de barriles diarios a no más de unos 700 mil hoy. La pésima gestión se reflejo en el corte de las inversiones en las refinerías y campos petrolíferos y hasta en la necesidad de importar naftas. Pero esa distorsión no fue consecuencia de las sanciones impuestas por EE.UU. como arguye el régimen sino que se originaron en las fallas de la estatal PDVSA y del propio Estado chavista. Así lo diagnosticó el propio presidente ruso Vladimir Putin en un discurso en San Petersburgo en junio último.

La incapacidad de Maduro para resolver ese desafió se medía con su propuesta de que Venezuela abandone la dependencia petrolera e intente ganar dinero con el turismo o alguna otra imprecisa alternativa. Storchak disiente. “El foco principal es el petróleo”, afirmó. Y añadió un punto clave al que se le prestó poca atención: “si Gauidó no renueva su mandato, Rusia intensificará los esfuerzos para ayudar a Caracas a enfrentar la crisis económica”.

La condición rusa del derribo del líder opositor amparado por EE.UU., refiere a la necesidad de formalizar a través de un nuevo Parlamento lo que ha venido sucediendo en términos pedestres y sin un marco legal. Debido a la anarquía en el gobierno y el colapso del negocio del carburante se fue dando un traspaso de la operación petrolera a las multinacionales que aún permanecen en Venezuela, entre ellas las rusas Rosneft y Gazprom. Ese modelo de privatizaciones requiere un paquete de leyes que le dé una legitimidad que la oposición que dominaba el Congreso no estaba dispuesta a avalar, particularmente si Moscú está del otro lado.

La mano imperial rusa sobre esa comarca se advierte en otros comentarios sorprendentes del viceministro Storchak. “Venezuela tiene un antiguo sistema que redistribuye los bienes de una manera equitativa”, sentenció en tono crítico y punzante. “Esto ha sido considerado un elemento de justicia social, pero ciertamente solo ha profundizado la estratificación social en el país”, añadió desdeñando con un puñado de palabras la principal narrativa con la que, desde hace cinco lustros, se ha venido autojustificando el magro experimento chavista.

 

Fuente: Clarin