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Si Maduro pierde el poder, Cuba entrará en un acelerado e indetenible proceso de descomposición

LA HABANA, Cuba. – De acuerdo a informaciones difundidas por diversos medios de prensa, habrá un paréntesis, en la crisis que afecta la economía cubana por las reticencias de desarrollar un proceso reformista de gran calado que ponga fin al ruinoso legado del centralismo. La inminente llegada de varios cargueros venezolanos con 3 millones de barriles de petróleo y sus derivados, no es un cuento de camino. Se trata de un suministro de vital importancia para matizar el impacto de los graves problemas socioeconómicos que vienen azotando a amplios sectores de la población.

Valdría la pena preguntarse si será el último envío desde las instalaciones de PDVSA a puertos de la Isla. Ciertamente, Nicolás Maduro aún ostenta el título de presidente de la nación sudamericana, a fuerza de argucias y empleo de la fuerza bruta, pero en realidad se ha convertido en un malabarista casi a tiempo completo. El asunto es que las habilidades aprendidas para no caer al precipicio, han ido perdiendo efectividad en la medida que aumentan las sanciones internacionales y la economía se hunde en un mar de corrupción e ineficiencia.

No cabe ninguna duda de que el socialismo del siglo XXI, gestionado por la izquierda más rancia del continente, nucleada alrededor del Foro de Sao Paulo, pasa por su peor momento.

De allí fue que salió el proyecto de sembrar gobiernos de inspiración marxista-leninista, por toda la América hispanohablante no sin antes borrar, supeditar a sus intereses o reducir al mínimo, los exponentes de la economía de mercado, acompañando esa ofensiva, con el minucioso desmontaje de las instituciones democráticas.

Fidel Castro es hoy un montón de cenizas dentro de una enorme tumba de piedra, Lula Da Silva, cumple una condena carcelaria por corrupto y Hugo Chávez cayó fulminado por el cáncer el 5 de marzo de 2013.

Fueron los tres artífices de esa vieja ambición de poner de rodillas a los Estados Unidos y los gobiernos aliados del continente.

Castro como estratega principal y jefe operativo de las acciones desestabilizadoras, Lula dedicado a brindar todo el apoyo diplomático y político posible, sin dejar de facilitar puntuales partidas monetarias y el otrora inquilino del Palacio de Miraflores dispuesto a sufragar con petrodólares todo el entramado de operaciones, que incluía la compra de apoyos de países y organizaciones internacionales con la entrega de enormes cantidades de hidrocarburos en condiciones muy ventajosas y dinero contante y sonante.

Sobran evidencias del fracaso de ese movimiento anticapitalista, favorable a la instalación de caudillos en el poder y decididos a irrespetar o eliminar el disfrute de los derechos fundamentales y el pluralismo político.

De vuelta al tema central del texto, es preciso resaltar que la dependencia del régimen cubano a lo que una vez se llamó revolución bolivariana devela un enorme riesgo. Si Maduro pierde el poder, algo que pasa del ámbito de las meras suposiciones a partir de la confluencia de factores adversos, internos y externos, Cuba entrará en un acelerado e indetenible proceso de descomposición social y económica.

Lo que sucede al anterior Periodo Especial de la Isla en cuanto a escasez de productos básicos, inflación, declive de los servicios de salud y educación, y problemas para transportarse, debería considerarse como percances moderados al atisbar los nubarrones en el horizonte que presagian intensas tormentas.

Lo que se sufre hoy día son guiños de un desastre por venir que parece definitivo. Para decirlo más claro: el fin de un sistema parasitario y culpable de los severos daños causados a cuatro generaciones que han tenido que sobrevivir en medio de interminables racionamientos y el ejercicio de la doble moral para evitar ser tildado de contrarrevolucionario, con todo lo que eso representa en castigos y marginaciones.

Si definitivamente llegan los buques con el combustible, habrá otro período de relativo sosiego. ¿Tres, cuatro, seis meses?

Nadie sabe. Lo que sí es previsible, es el fin del mandato del chofer de ómnibus devenido presidente por una nota testamentaria de Chávez antes de despedirse de este mundo. Un hecho que apunta a la línea de flotación del neocastrismo. Un armatoste lleno de parches y hace décadas, escorado sobre las turbulencias de una cotidianidad conformada por las penurias, el azar, los malsanos triunfalismos y montones de ilusiones perdidas.

Fuente: Cubanet