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Con frecuencia, los titulares sobre Suecia y su modelo energético acuden a encomiables lugares comunes: sabemos que el país se ha colocado a la vanguardia de la transición energética, y que ha cumplido sus objetivos para 2030 con varios años de antelación. Ambos hechos son admirables. Sin embargo, las autoridades suecas se han topado ahora con un problema consustancial a la batalla contra los combustibles fósiles. Las centrales térmicas y mixtas están cerrando. Y Suecia corre el riesgo de que nadie abastezca a sus ciudades en su lugar.

¿Cómo? Lo cuenta Bloomberg: la introducción de un impuesto especial a los combustibles fósiles, uno más, ha provocado que muchas centrales térmicas dejen de ser rentables. Instalaciones como Vartaverket, Heleneholmverkejt o Ryaverket cerrarán a lo largo del mes de agosto, o quedarán bajo mínimos. Se trata de un incentivo que busca reducir al máximo la dependencia de las energías contaminantes, reduciendo así su huella medioambiental. Pero también de un problema logístico, dado que abastecen a ciudades tan grandes como Malmö o Estocolmo.

Distribución. No se trata de un problema de producción, eso sí. Incluso desconectando las centrales térmicas, Suecia genera suficiente electricidad para saciar su demanda. El 50% de la energía proviene de fuentes renovables(hidroeléctrica y eólica, fundamentalmente), y el 40% de sus centrales nucleares. Se trata más bien de la distribución: la mayor parte de instalaciones verdes se ubican en el norte del país, y no están conectadas a las redes eléctricas del sur.

Es decir, Suecia tiene electricidad de sobra. El problema es que no la tiene donde la necesita. Sucede que construir la infraestructura necesaria requiere de tiempo, dinero y trámites burocráticos, lo que aísla virtualmente a los fértilescampos de aerogeneradores del norte del sur, donde se concentra la población.

Economía. La escasez ha acaparado la actualidad política sueca desde el pasado año. Se teme que conduzca a apagones durante los próximos meses de invierno, cuando la demanda energética crezca. Y es un problema económico a gran escala: al no haber electricidad suficiente, los ayuntamientos están negando permisos de construcción e instalación a industrias que podrían contribuir a relanzar el crecimiento económico del país. Suecia, al igual que el resto de Europa, atraviesa una desaceleración aguda (del 2,3% de crecimiento el año pasado al 1,5%) actual.

La ausencia de energía disponible la profundiza.

Alta demanda. El caso sueco ilustra los límites a corto plazo de la transición renovable. En un momento en el que el grueso de la actividad económica rota en torno al consumo de energía, los estados afrontan un dilema a priori irresoluble: reducir sus emisiones apuntalando su producción (y distribución) eléctrica. La cuestión fiscal, por ejemplo, se ha convertido en una pesadilla para los data centerlocales. Afrontan elevados costes económicos, fruto de su gasto eléctrico (contaminante), lo cual coarta su crecimiento (en beneficio de las grandes tecnológicas).

Los ejemplos son diversos, y tocan todos los sectores productivos de Suecia. Desde la candidatura a los JJOO de 2026 hasta la construcción de nuevas líneas de metro, pasando por nuevos planes urbanísticos, la instalación de redes 5G o la construcción de fábricas de pan.

Hay que elegir. El gobierno sueco ya afrontó dilemas similares hace un año, cuando el éxito de las energías renovables laminó su viabilidad financiera. Ante todo, Suecia ejemplifica la imposibilidad de un cierre sincronizado de las térmicas y nucleares. Tras el cierre definitivo de Barsebäck en 2005, el país sólo cuenta con tres centrales: Okrkarshamn, que ya ha cerrado dos de sus tres reactores en el último trieno; Ringhals, que cerrará dos de sus cuatro reactores entre este año y el que viene; y Forsmark.

Las instalaciones nucleares aún generan el 40% de la electricidad sueca, y son cruciales para los principales centros urbanos. A largo plazo, el objetivo es clausurarlas todas. Pero hacerlo al mismo tiempo que las térmicas provoca agujeros en la oferta, escasez y problemas de abastecimiento urbano; no tanto por la ausencia de energías renovables, sino por sus embrionarias infraestructuras. Una lección que otros países europeos, como España, deberían tener en cuenta.

Fuente: Xataka