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Vaca Muerta ya es una marca global como lo fue y es Patagonia. El megaproyecto debe buscar el equilibrio entre el consenso social y el permiso de operación.

Una de las cuestiones implícitas en una marca es su imagen y, en base a la carga negativa o positiva de una imagen de marca, ésta tiene mayores o menores chances de ser exitosa. Según los informes producidos por varios grupos de trabajo que redactan los documentos preparatorios a cada encuentro cumbre como los del G20 o Davos, los inversores manifiestan que hay más chances de que un cisne negro pueda surgir desde el sector del medio ambiente, que desde las hipótesis de conflicto de otrora.

Una organización ambientalista tiene más chances de afectar la realización de un proyecto y la imagen de las “marcas” intervinientes que un planteo gremial, por ejemplo. Algo de esto vivió el entonces gobernador de La Rioja, Luis Beder Herrera, cuando estalló el conflicto entre los pobladores de Famatina y la empresa extractiva de oro que estaba a punto de comenzar la explotación en esa localidad riojana. En esa tarde, donde los móviles de los más importantes medios de comunicación cubrían y “nacionalizaban” dicho conflicto, el mandatario provincial debió romper el silencio y afirmar que “Famatina no se llevará a cabo sin licencia social”.

Días después, se creó la Organización Federal de Estados Mineros, en cuya Acta Constitutiva, en su apartado XI se expresa la “necesidad de que todo proyecto minero a realizarse en la Argentina cuente con Licencia Social”. Eso ocurrió en 2013 y, hasta aquí, no se avanzó en el diseño de protocolos que enmarquen este paradigma que ya tiene respaldo legal. ¿Qué es la Licencia Social? ¿Sólo puede aplicarse a la actividad minera o su cumplimiento es reclamado también desde otras actividades de potencialidad contaminante? ¿Es lo mismo Licencia Social que Licencia Ambiental? Despejar cada interrogante, es imprescindible, para cubrir algunos vacíos de información y desinstalar ciertas confusiones que atentan contra el derecho a la información de los ciudadanos y la seguridad jurídica de los inversores.

La Licencia Social (LS) proviene de las entrañas de la minería y se va extendiendo a otras actividades extractivas, como el fracking. Para Boutilier y Thomson, “la Licencia Social está enraizada en las creencias, percepciones y opiniones de la población local y otros grupos de interés acerca de un proyecto en particular”.

Por ello, la Licencia Social es un consenso social mientras que la Licencia Ambiental es un permiso de operación, concedido por los gobiernos locales. Puede entonces que un emprendimiento tenga Licencia Ambiental y no cuente explícitamente con Licencia Social. Tampoco debe creerse que una Audiencia Pública otorgue Licencia Social a determinada iniciativa, como pasó en San Carlos de Bariloche en 2018, donde una Audiencia Pública no aprobó la propuesta de un nuevo concesionario, lo que indujo a varios legisladores locales a afirmar que la nueva concesión no tenía Licencia Social.

En el caso de Vaca Muerta, desde lo más encumbrado de las autoridades involucradas hasta el común de los ciudadanos que recibe información de todo tipo sobre el complejo proceso que se desarrolla a miles de metros bajo sus pies, saben que semejante explotación cuenta con Licencia Ambiental, pero a su vez no existe un consenso de ciudadanía que manifieste explícitamente y a través de organizaciones representativas, bajo qué condiciones dicho mega proyecto cuenta con el aval de la gente.

Hay, por tanto, una licencia social implícita sin consagrarse en ningún documentoni texto que sea fruto de un consenso social. El desarrollo de las sociedades enseña que estas no dan cheques en blanco y la confianza y tranquilidad que hoy se disfrutan, pueden modificarse ante el primer cisne negro que aparezca.

Por eso la Licencia Social es dinámica e intangible (no hay una norma legal que la reglamente). Lo que hoy es aceptado por una comunidad puede que mañana no cuente con el mismo sustento en la opinión pública. Estas características interpelan a gobiernos y empresas a trabajar articuladamente con las comunidades, sabiendo que es vital mantener canales de comunicación ágiles y exentos de “traductores” y “teléfonos descompuestos”. Tampoco puede el Estado desentenderse de esta cuestión, que hace a su esencia como superestructura que vela por el bien común de los ciudadanos. Tal vez, sea el tiempo de empoderar sobre este tema a las Defensorías del Pueblo, que son el espacio natural donde la gente pueda llevar sus inquietudes a través de un canal orgánico y legal.

(*) Gustavo Márquez es director del Instituto de Medio Ambiente y Ecología USAL

Fuente: TN